Y si en verdad estás ahí
Y si el mar no existe
Y si logro caminar sobre fuego
Y si rompo la oscuridad
Y si cuando tengas cien años me recuerdas
Y si no sé besar
Y si no sé caer
Y si me enseñas
Y si tu clavícula no fuera perfecta
Y si el mundo termina al besarte
Y si eres Dios
Y si te quitas los lentes
Y si sé el color real de tu cabello
Y si olvidé tu teléfono
Y si nos vemos sin preguntar
Y si me das la mano
Y si no existes
Y si las cuatro paredes son falsas
Y si nos están viendo
Y si nos deshidratamos
Y si sólo puedo dar un respiro más
Y si soy un pendejo
Y si el sueño es al despertar
Kato Gutiérrez, © 2025
Imagina que me recomiendas una película

Imagina que me recomiendas una película, la vi y no me gustó. Trata de un suicidio y no sé si me estás mandando un mensaje o sabes que yo lo he estado pensando.
Te escribo para vernos y nunca puedes venir. Me quedo ilusionado en esa banca del parque en la que durante un otoño se nos acomodó muy bien a nuestras caderas. Y no llegas. Me mandas screen shots de tu agenda llena, la cual antes ignorabas con tal de acabar con un orgasmo encima. Es la vida, dices. Es la muerte, contesto.
Imagina que bailamos en un bar del centro, hay luna llena. Suena rock en español que tú conoces mejor que yo, te puse un clavel rojo artificial en tu vestido, mi incredulidad de tener mis manos en tus caderas es más grande que la fama del cantante argentino que suena mientras bailamos como si fuéramos a morir esa noche. Yo, tú, no importa pero alguien metió la lengua a la boca del otro y fue como aprender a nadar: intenso, divertido, nuevo. Empiezas a cantar la de Knowing you Knowing me y viajamos al pasado.
Una vez dijimos que si necesitábamos ayuda, sólo mandáramos un mensaje, a lo mejor estábamos pedos. A lo mejor no sabíamos lo que es la vida a estas alturas: una lluvia de estrellas muriendo, momentos naciendo y muriendo en segundos, suerte y pendejadas así. Me gusta escucharte cuando hablas de tus gustos, tus libros. Me gustas.
Te me apareces en las nubes, recuerdo tus ojos, tú viéndome temblar cuando me tocas. Recuerdo tus miradas de abajo hacia arriba, de arriba hacia abajo. Jugamos a hablar idiomas que no conocemos. Inventamos bebidas, lugares, aventuras. Nos tirábamos al piso abajo de la mesa del comedor y hablábamos por horas, ahí un día me diste una mala noticia.
Imagina que te quedas con mi perro.
Imagina que sólo tú crees en mí, pero no nos podemos ver, por una cosa, por otra, por la chingada. Imagina que pasa el tiempo y luego te arrepientes (todos nos arrepentimos) de algo, de lo dicho, lo callado, los actos, lo no hecho, y seguimos igual de jodidos de lunes a domingo.
Imagina que quiero llamar tu atención pero he fallado duro. No importa si abiertamente te digo que necesito verte o te mando el link de una canción o pongo un anuncio en avisos de ocasión, o pinto un mensaje enorme con gis en la calle que pasas todos los días rumbo a tu trabajo.
Imagina que estamos en España, acurrucados en la cama te cuento una historia de un náufrago mexicano, un humilde pescador que lo atrapó una tormenta en el Pacífico, que lo dieron por muerto, y después de más de cuatrocientos días llegó en unos pedazos de madera a las Islas Marshall, para acabarla de chingar nadie le creyó, regresó a su casa y se dio cuenta que su esposa ya se había casado con su mejor amigo. Y nadie le creyó nada.
Un café jugando a vernos en silencio, rozando nuestros pies.
Caminamos por el centro viendo las fachadas de los edificios, apostando besos a quien acierte a la hora del atardecer. Saludamos a extraños, cedemos el paso. Nos besamos mientras los semáforos están en rojo. Miramos a las personas a los ojos, se asustan. Dos policías, nos detienen, no pueden formular ningún delito, nos piden los pasaportes, nos reímos. Nos aguantamos las ganas de decir que se los podemos meter por el culo, pero nos callamos porque ya nos imaginamos cogiendo de nuevo mientras dejamos de escuchar el discurso de los oficiales.
Jugamos escondidas en un Museo.
Un concierto de Sabina y de sorpresa invitó al escenario a Fito. Dijiste que ese era el mejor momento de tu vida, yo me quedé callado recordando todos los orgasmos que hemos armado. Cantamos, gritamos y lloramos tomados de la mano, rezamos a todos los dioses que la noche no terminara.
Una obra de teatro al azar, temblamos. Una comida de seis horas. Cuatro botellas de vino tinto, las verdades salen más baratas. Recitas a poetas latinoamericanos y me gustas aún más. Un partido de Frontenis, en donde te convenzo a apostar cien Euros al menos favorito, a la pareja que trae las palas azules. Guardamos silencio mientras nuestras rodillas se tocan, cuando el público aplaude, nos besamos. No supimos quien ganó. Jamón Serrano. Cerveza. Vino. Ópera. Tú. Buscamos la casa de Benjamín Prado. Encontramos un torneo clandestino de ajedrez. Un partido de fútbol, el cual nos importa una madre y acabamos teniendo sexo en el baño de mujeres. Me gusta cuando bajas la mirada porque algo que dije te emocionó. Me gusta poder detectar, con solo verte, cuando estás ovulando.
Corremos a un lago, en nuestras mentes lo convertimos en un océano que silba poesía de Cortazar, nos metemos hasta mojar nuestras rodillas raspadas. Amanecemos en otro hotel. Hay café. Estás tú. Es la vida perfecta. Me cuentas de la noche que nos conocimos en un restaurante de lujo, tú dices que era Chicago, yo digo que era Nueva York, pero no importa porque recordamos lo que le pasó a nuestras pieles esa primera vez que se rozaron.
Dijiste que te hablara en una hora, me quede sin pila, no supe de mi en toda la noche. No supe de ti. Pasaron los años. Estuvimos al mismo tiempo en Sao Paulo pero lo descubrimos desde nuestros vuelos de regreso al ver nuestras redes sociales. No hicimos nada al respecto. Cómo si no nos importáramos. Cómo si el avión se fuera a caer. Como si fuéramos la película de Serendipity y tuviéramos la certeza que en diez años nos volveremos a ver. Cómo si fuéramos inmortales. Cómo si le fuéramos a ganar al tiempo, a las células muriendo, o a la indecisión, o a la comodidad de lo tibio, lo banal, lo gris.
No supe de mí. Hay décadas escondidas en días.
Imagina que me recomiendas una película, la vi y no me gustó. Imagina que te pido que veas otra para que sepas cómo me siento, pero no la has visto.
Kato Gutiérrez, © 2025
DIEZ AÑOS DE CUATRO SEGUNDOS

Creo que hay historias que vencen al tiempo… no sé porque Cuatro segundos gustó tanto. Sé que a mí me encanta y que la escribí con todas mis energías, tristezas y alegrías, eso lo detectan los lectores. Quizá todas nuestras vidas se parecen un poco, quizá a todos nos falta un abrazo, quizá todos tememos amar, quizá a todos nos gusta coger, quizá a todos nos gustan los desayunos de los sábados, o manejar un auto de Fórmula Uno, o conocer mujeres europeas que parecen modelos.
Lo que que debería de estar vigente es el amor y al parecer nos empeñamos como humanidad en extinguirlo. En la novela le dicen a Luca que el amor es el antídoto para el sinsentido, estoy de acuerdo con eso, el pedo es que no le entendemos, el pedo es que nos da miedo amar, amar con todo.
Millones de gracias a todos los que estos DIEZ AÑOS han mandado amor, buena vibra y apoyo y han provocado que siga escribiendo historias.
Dale Kato, dale.
Foto por: Roberto Zamora
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Dijiste no sé, cuando bajaste la mirada y le pegaste un trago a la cerveza. No pudiste controlar la sonrisa cuando yo aseguré que eran treinta y siete pulseras las que traías en tu muñeca derecha. En esa galería de arte una banda tocaba música que le nombran electrónica, cuando el brillo de tu bota plateada se me incrustó en mis pupilas. Tu cabello chino rebelde con un chino apuntaban al cielo.
Parecías modelo recién traída de París. Un suéter con cuello alto protegía tu clavícula. Traías una tormenta de estrellas fugaces a tu espalda, pero no te dabas cuenta, quizá así eran todas las noches de tu vida. Seguro no eres de aquí, probablemente eres una extra terrestre.
Dos amigas tuyas llegaron a interrumpir mi monólogo, lo hacían como impulsándome, como si pocos se hubieran atrevido a cortejarte. Lo extraño es que yo seguía hablando con facilidad, como si no fuera tímido, como si no fuera un ingeniero en aeronáutica espacial. Tú sólo habías dicho tres palabras y aún así dominabas todo el lugar. Yo era el asteroide atorado en tu orbita.
Si me ponen un pizarrón puedo despejar ecuaciones, sentirme seguro, y a lo mejor así, después de un tiempo, volver a ti para intentar susurrar un piropo. Ojalá las matemáticas o la física cuántica me ayudaran a crear poesía, una a tu nivel. Quizá obtendría valor ante el asombro de los demás, cuando vieran que puedo encontrar la función inversa de cientos de integrales complejas, elevarlas al cuadrado y resolverlas en menos de tres minutos. Pero no había pizarrones. Eran paredes blancas, música electrónica, personas con frío, tú en fuego y yo hablando como nunca lo había hecho en mi vida.
Eras una estrella brillando y paralizando mi mundo, y yo atorado en tu orbita. No necesitaba que hablaras más, ni que me tocaras, estaba bien deambular unos minutos con la ilusión, con la incertidumbre certera y persistente del destino. Tuve una hipótesis: que fueras un reflejo de las luces que utilizaba la banda en el escenario, o consecuencia de las seis cervezas que había ingerido. Pero está bien. Cuando lo que no parece real agrada, que así se quede. Llevo años dudando de la realidad.
Quiero inventar una máquina centrífuga de altísima velocidad para generar gravedad artificial, que el Coriolis Acceleration Platform (CAP) de la NASA sea una pendejada comparada con mi invento. Que logre detener el tiempo, que podamos tener repeticiones de nuestra vida. Yo me quedaría ahí contigo en ese momento, en una pausa eterna, sin tocarnos, pero con la ilusión virgen.
Atraías miradas. Apagabas las oscuridad. Estaba confundido, y al fin científico, siempre busco explicación a todo, pero tú no tienes respuesta, ni lógica, tú eres la ecuación imposible, la que requiere kilómetros de pizarrones, décadas para despejar el enigma.
Que si eras una estatua de piedra, que si eras una escultura humana inmóvil inmaculada con polvos color paz y auras con aromas de locura. Que fueras lo que fueras yo te estaba viendo.
Dijiste algo que no entendí, porque al separar tus labios, alguien se colapsó. Tu voz me hizo sentir feliz como cuando era niño, como cuando creía que los papalotes podían llegar al espacio. Cuando hacía figuras con las nubes, e intentaba adivinar el segundo exacto en que el sol desaparecería cada tarde. Pero hoy el sol eres tú, y estás frente a mí y no quiero que desaparezcas. No soy bueno hablando, y mi Coeficiente Intelectual (IQ) de 140, estaba fuertemente afectado por tus caderas.
Soy peor bailando, además nadie bailaba. Ayer en la sala de espera del dentista leí en una revista de moda lo que es estar presente, cualesquiera que sea lo que eso signifique, sé que es algo que no se me da, mi mente siempre va segundos adelante, ya imaginaba tus hombros. Ya imaginaba mi lunes entrando al laboratorio contando la historia que te conocí, que me atreví a hablarte quizá porque hubo una tormenta solar que alteró el campo magnético terrestre y obviamente mi función cognitiva sobre todo mi nivel de audacia.
Es emocionante saber que han pasado al menos cuatro canciones, y aquí seguimos en este trance extraño, en el que pretendemos hablar, aunque no nos escuchamos, pero de alguna manera hay algunas chispas, contra todo pronóstico la chica plateada de la noche convive con este ingeniero en aeronáutica espacial que raramente emite palabra con un ser humano. Con un desdén de tus ojos, me pondrías en mi lugar, o sea solo, en el rincón más triste de esta galería pretendiendo que veo el celular, pero no; sonríes y todo es fácil. Agitas las pulseras y la banda en turno desentona, pierdo un latido, y media inhalación te la robas, siento relámpagos en la nuca cuando descubro que nuestros rostros están muy cerca. Sé lo que seguiría aquí, pero no tengo ni idea de cómo hacerlo. No sé a cual científico pedirle un instante de sabiduría, o a qué dios rogarle por valentía. No se me ocurre cómo serenar mi mente y dejar de sonreír como niño en la mañana de Navidad.
Junto todos los átomos de valentía de mi ser, y te pido tu teléfono, o tu Instagram o un cigarro, o piedad, o un beso, o que si vamos a la banqueta a platicar, o que si le seguimos en mi depa o en el tuyo, ¡algo te pido! ¡Algo te pido! Estoy seguro que algo te pido porque en este momento todo se detiene, la música suena mas fuerte, tus dientes se convierten en faros, y tus ojos, de un color extraño que el pantone no ha podido descifrar, parpadean en clave morse, entiendo y me animo a besarte, lo hicimos despiadadamente, como si quisiéramos intercambiar las lenguas y ahí entendí la teoría de la relatividad al descubrir que perdí años en ese beso.
Kato Gutiérrez, © 2025
EL LOBBY DE LOS NO BESADOS
La pregunta más cabrona que nos podemos hacer es: “¿cuándo?” Creemos que es “¿por qué?”, pero lo que nos tiene hechizados es el imbatible tiempo. Nos está matando, como las anfetas, como opioides en Ohio, como la soledad.
Hay noches que tienen que pasar sobre la chingada. Somos pasajeros pesados del destino. Hay coitos que nada pueden detener.
¿Cuándo se cansan de volar las moscas? ¿O mientras haya mierda no pararán? Hay parejas que se abrazan para la selfie, pero no se rozan el resto de la noche, ni de la semana.
Hagamos un mercado de trueques. Que la moneda de cambio sea el beso en la boca, lengua con lengua, sería un mundo casi perfecto. Casi, porque entonces, besarse así sería rutinario y no tocarse y realizar declaración de impuestos, sería algo muy sensual. Invitar a tu date a cargar gasolina sería algo rayando en una propuesta erótica, sería una clara proposición de querer terminar la noche en el motel. Pero, entonces, el motel sería rutina con el paso de los meses.
La vida sucediendo con todo en un martes en donde nadie en el mundo puede dormir. El lunes qué chingados, el insomnio de los martes es el que patea como caballo salvaje. Las deudas, qué mierdas, los labios secos por no besar.
Hay un sensor en los elevadores que mide la sequedad de los labios.
A quien no ha besado en la última semana el elevador los expulsa, entonces, no puedes subir, vivir, pertenecer, fingir, ni mamar/te ya que te quedarás atorado en el lobby de los no besados en donde nadie se puede tocar.
De pronto las personas se mueren cuando no lo tenían planeado. Mueren ese día a pesar de la gravedad, del infinito y lo minúsculo que somos. No planeamos morir este día, no planean morir hoy. Y mueren. Y morimos todos, aunque sea un poco. Otros mucho. Y las sonrisas excepcionales quedan enterradas, guardadas para otro día. Olvidadas en la solapa, en la cartera, en la bolsa de la camisa, junto con un ticket de estacionamiento que no nos deberían de cobrar, y de pendejos seguimos pagando.
Quiero prender un fuego para sentirte cerca, inventar tu cadera con los trazos de la lumbre. Dicen que todo arde. Las estrellas. El sol atorado en tus ojos. Tus manos. ¿Por qué tú y yo no nos quemamos?
El problema cuando recordamos las cosas, es que nunca acertamos. Extrañamos cosas que nunca existieron y así nos inventamos pendejadas, justificaciones y hasta sueños. Añoramos cosas que ni en Amazon existen, como ese recuerdo que tengo de que nos besamos, pero luego acabé siendo un mesero el día de tu boda.
¿Por qué las personas buen pedo se mueren? Y nos dejan quebrados.
Me tatué el nombre de una morra en uno de mis dedos.
Hay hielos ojetes, creados en charolas de plástico piratas llenas de contaminantes.
Conjuros
Lunes por la mañana
El metro hasta la madre
Promesas quebradas
Pujidos falsos
Sonrisas mentirosas
Hongos de humedad en los pulmones. Y nos acostumbramos a ese hedor, a esa tos, a esa flema que no se va, al sol que siempre regresa. Nos asomamos al pinche teléfono para buscar anestesias.
Reciclan jeringas.
Empeñan Picassos.
Que la rola suene en autoplay
Que no detecte tu plan macabro
Que no sepa ni que pedo
Que no me sepa el abecedario, ni la preposiciones
Siempre uso los dedos para sumar
Un día solo nos quedarán los cuerpos
Esa gente que va un bar y pide una bebida sin alcohol.
Esos que van a la playa y nos les gusta el sol.
Esos gordos que temen el ataque cardiaco.
Ese sol terco que vuelve a salir.
Un hielo que fue parido por una máquina alemana que crea cubos perfectos, como la cadera de Dua Lipa.Nunca he entendido ni madres. Siempre he sido un pendejo.
Que tus pómulos se pongan rojos cuando me veas.
Kato Gutiérrez, ® Noviembre 2024
11:11 MY LOVE

11:11 My love
El cielo está negro, atascado, obtuso
El Waze cambia de nada a rojo
Retén. O la mierda
Soplo sobre un artefacto
Yo queriendo soplar tus orejas cuando el foco se pone rojo
Tres por dos, seis
Le camino cuatro pasos, o los que quiera
No open bottle
No open hearts
Y yo que me estaba orinando. Y yo que quería estar en tu boca.
Pero estaba ahí en un callejón oscuro que escupía amenazas.
Y yo que cambiaría el mundo porque la persona que estaba parada al lado del auto fueras tú, la que llevo años buscando. Pero no sé donde estás. Quizá en un atardecer gris, en una colonia sobre poblada.
Estoy atorado en una noche roja llena de mierda, de Tokens, Face Ids, saldos en ceros, choferes corruptos que se chupan un doce en el Pilos y luego prenden la App.
Hoy en la ciudad pasan muchas cosas, en el número dieciséis de una calle de una colonia privada, donde viejos amigos, de décadas, fingen ser jóvenes, pero se aman, pero les duele la espalda. Pero sonríen. Se callan y mejor cantan.
Dos cuadras adelante, una pareja se miente al sonreír y como quiera unen sus cuerpos. Les vale madre.
A unos kilómetros al oriente, del otro lado de la ciudad, en un lugar con un césped muy feliz, muy verde, veintidós personas engañan a treinta y cinco mil sentados en butacas con cervezas tibias en sus manos mientras gritan cánticos copiados.
No tan lejos, pero en otros rumbos, unos padres golpean a sus hijos, sepa la chingada porque. Todo cambia con un pequeño dulce y Google Maps. Todo cambia con una palabra, frase, hashtag o célula…
Hay una herida en mi muñeca, la del brazo. Me chupo deseando experimentar un sabor nuevo, escupo. Espero que haya sido una araña, intento disparar telarañas de súper héroe, pero ni gramos de esperanza aviento.
Me topé a una morra con canas y una sonrisa perfecta. Me dio un abrazo inmaculado, uno que le urgía a mis hombros.
Siguen pasando cosas raras en la ciudad, en otro cuadrante Google se da por vencido, se cae a la mierda y miente y manda a todos a callejones sin salida.
Hay tres astronautas atorados en la estación espacial. Hay millones de refugiados en llanos.
Hay tres amigos atorados en un carro dependiendo del destino, la ley, o una luz que se apague y solo ríen. Porque creen que sonriendo el sol sale.
Y entonces todo el planeta para cuando tomamos el teléfono. O cuando tienes apnea y tu vida depende de ti, pero no lo sabes porque estás dormida, ocupada, soñando que tienes el mejor sexo del mundo, uno lento y sensible, tierno, pero aguerrido y prologado. Porque cuando duermes no estás viva, y dejas pendiente un posible desenlace con final feliz siempre usando condones.
Uno es un pendejo hasta que ya no lo es.
Uno cree que ya creció cuando ya no necesitabas flotadores en los brazos. O cuando por fin te pudiste bañar solo, o dormir en la oscuridad total. O cuando tienes una chequera, o tus primeras veces de todo lo que nos engañaron: los besos, el trabajo, el saldo arriba de unos miles, las casas con aire acondicionado o un auto sólo para ti. Hasta que tu móvil se queda sin pila y el silencio te coge. Te coge duro y no tienes defensa. Buscas ruidos, cantas, gritas, buscas la pila portátil, pero eres sólo tú y ese pinche silencio que te revienta el apéndice. Y no sabes qué hacer. No sabemos. Porque en ninguna plática motivacional de algún gurú moderno vendedor de mentiras, libro de la secretaría de educación pública, mucho menos en uno de alguien becado por el sistema nacional, te enseñaron qué mierdas hacer cuando creces. Pero sobre todo, nadie te ha enseñado qué hacer con ese silencio que destruye tu paz….
Y yo tengo la cura, pero no me crees, porque cuando te veo no me salen palabras.
Kato Gutiérrez, ©2024
Julián era una pistola en la cama
Julián era una pistola en la cama. Se las sabías de todas todas.
Estudió música en Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey, ahí por el Obispado. Era bueno pal piano, pero lo que lo ganchó fue el violín. Al terminar ahí, le llegó una beca para una escuela de música según esto muy buena, no me acuerdo del nombre, pero estaba en Praga, que la cuna de la música clásica y no sé que tantas historias contaron. Sus jefes andaban todos orgullosos de él, como si al chile lo hubieran apoyado de neta con ese rollo de la música.
¿Y ora qué vas a hacer Julián? No sé papá. Déle para las Europas o póngase a jalar en algo normal, como todos. Es que a mí me gusta la música norteña y allá es pura clásica. Pos a mí también, pero de eso no vas a comer. No se trata de eso, jefe. ¿Entonces de qué, mijo? Pues de hacer lo que a uno le gusta.
No se ría jefe. Pos como chingados no me voy a reír. Estás muy huerco, eso de lo que te gusta, la felicidad y esas cosas déjalas para cuando ya tengas harta lana, así mira, chingos de billetes para aventar pa’rriba. Jefe, Jefe, es que, no me interrumpas Julián. Ya me mordí un huevo hace no sé cuantos años que empezaste a estudiar en esa chingada escuela de música, y ora que te sale un tiro para que fueras brincando el charco, me sales con estas chingaderas. Ándale, ve y cuéntale a tú mamá, para que veas que te va a ventar un chanclazo en el mero hocico. No, jefe, primero yo le quiero contar a usted, aquí entre hombres. ¡Pues, por eso mijo! Jefe, con todo respeto, sí dice que ya se mordió uno, pues…Julián no sea grosero, sino aquí se acaba esto con una cachetada en la mera trompa. Perdón jefe. Páseme otra cheve.
¿Dónde está Praga? En la República Checa. ¿Y no hay morras chulas allá? Sí jefe, pero ya le dije. Ora me vas a salir que no te gustan los morras. Si me gustan las morras, jefe. Pero cuando toco música norteña siento como chispas en la panza. ¿Y de esas chispas vas a comer?
Julián era una pistola en la cama. También tocaba el acordeón.
Sus dedos hacían melodías que enchinaban el cuero. No le faltaban morras.
En el piano podía tocar cualquier canción en Si.
En el acordeón hacía cambios repentinos en el fuelle para crear efectos de legato, staccato, y crescendos precisos. Juntaba ritmos complejos y síncopas sin perder el ritmo. Hacía un vibrato con el fuelle que había hecho llorar a muchos.
Julián era una pistola en la cama. También amanecía solo.
¿Como chingados dice el dicho ese que el músico es el mero bueno para las mujeres? Hay muchos Jefe, pero sólo son dichos, no siempre jalan. Chingados no, yo he visto unos panzones botudos con unas güeras que parecen muñecas.
Julián era una pistola en la cama. También buscaba la felicidad.
Sus dedos eran hechiceros. Con sus manos enseñaba felicidad. Ya fuera una pelvis, las teclas de un piano, el acordeón, el violín, unas caderas, el surco de una espalda, unos labios. El whatsapp lleno de invitaciones de morras rechulas. Desveladas diarias. Botellas de tequila vacías. Pentagramas. Notas. Escenarios. Aplausos. Soledad.
Julián era una pistola en la cama. También callaba que estaba confundido.
No entendía a todos los que dicen que no saben lo que quieren, pero todos quieren coger.
Era cabrón. No mendigaba nada. Era bravo, y con el acordeón era un dios norteño.
Julián era una pistola en la cama.
Kato Gutiérrez, © 2024
ESA GENTE

Soy real, pero a veces miento. Soy humano, pero sueño. Quiero ver menos el celular y más tus ojos, tus nalgas.
Una vez vi una madre llorar porque en un parque de diversiones de Florida se le había perdido su hijo de cinco años. Veo esa cara de dolor cada vez que me pongo un condón. No quiero tener hijos.
Es una puta locura lo que hoy llaman días tranquilos a los que trabajan diez horas, tienen un evento familiar y uno social. Vidas sostenidas con palillos que traen labrada la palabra falsedad.
Iba a esperar a que Nicole Kidman se divorciara para bloquearte y ya no contestarte, pero ya casi no mandas mensajes, y está bien. Solo subes fotos sonriendo de cachete a cachete. Pareciera que eres feliz. Pero yo sé que no, que esos dientes mienten, como todos lo hacemos.
Esa gente que todo el tiempo se queja, pero ahí sigue. Todo mierdas sigue. Siguen agarrando el mismo camión, poniéndose los viejos audífonos o manejando sobre las mismas calles anestesiados de soledad y desaliento del culero, de ese que arrulla.
Una vez vi un mimo que hablaba, y le dije que eso no estaba bien, se agachó, de una maleta sacó una botella de Bacardí y me puso un madrazo en la frente que me mandó al hospital por un mes. El hijo de puta gritaba. Los mimos no deben de hablar.
Esa gente que quiere reconocimiento. Que sonríe, sonríe y sonríe. Se carcajea, te mandan saludos y abrazos, pero son unos hijos de puta triplemente mierda. Se drogan con ego. Falsos, mentirosos y culeros.
Pasan semanas sin saber de ti y de pronto llega un mensaje: ¿cómo estás? No sé qué mierdas esperas que conteste. ¿Qué quieres? ¿Que conteste la verdad? ¿Que finja? ¿Qué te diga que con madre? ¿Que te diga que mal? ¿O que ando echándole ganas? ¿Qué esperas que responda? Estoy aquí. En veinticuatro horas he pasado por todas las putas emociones y sentimientos y de pronto: ¡Ting! Suena tu mensaje: “¿Cómo estás?” No mames….estoy.
Me gusta ganar cuando nadie lo esperaba. Coger con la más hermosa del estado. Me gusta que me digan pendejo, puñetas, puñetero, idiota, soñador, iluso, inocente y así, igual si me dijeran cualquier otra cosa me valdría madre. Es raro la cantidad de mierda que aventamos a los demás. Mierda sobre el amor. Mierda sobre la paz. Mierda sobre la esperanza.
Me gusta la nostalgia, porque me inyecta algo chido, como lumbre, ya sé que es traicionera, como todos. A veces la caga, a veces te ayuda, a veces se va, a veces te rompe el hocico de chingazo. Me gusta poder cerrar los ojos, en cualquier lugar y sentirla, como si entrara a un mundo diferente. Refugiarme en una pinche cerrada de ojos.
No me gusta que desperdicies nuestros segundos quejándote o viendo el celular. No debí haber dicho nuestros segundos, porque nunca estás conmigo cuando estás. O vas miradas atrás o latidos adelante.
Esa gente que manda hacer protectores de asadores a la medida. No lo entiendo. Protectores de plástico a la medida para su asador hecho a la medida, para los muebles de jardín traídos desde Houston o Oaxaca, para que el sol o la lluvia no los joda. A mí me gusta que el sol me queme. Que la lluvia me moje. No me gusta tener algo hecho a la medida. Me gusta tener miedos, para tener a quien vencer.
Esa gente que va al mar y le caga el sol. Que van a un bar y piden un trago sin alcohol. Esos que creen que la libertad se conquista en otras fronteras, con plomo. Esos que buscan felicidad en un parque de diversiones. Esos, ellos, todos. Esos que temen amar. Esos que callan. Que mienten.
Yo soy un pendejo, no tengo nada, lo único que puedo ofrecer es esto, este segundo.
Kato Gutiérrez, ©2024
Alucines previos al interludio de un orgasmo anunciado

Hay veces que inventamos cosas…como ser feliz.
Hay cosas que nunca las usan. La terraza perfecta jamás pisada.
La habitación que huele a lavanda y nunca ha visto un orgasmo.
Asadores que nunca los prendieron.
Puntos ge jamás encontrados.
Sonrisas que esconden cuchillos en la lengua.
Miradas.
Orden repentino, pero falso.
Corazones rotos por el egoísmo.
Hay techos que se caen, otros que chorrean agua.
Piernas secas.
Orgasmos multiples dados por sentado.
A veces hasta el oxígeno es un poema.
Todos los días pudimos haber muerto, la libramos por centésimas de segundos y no lo supimos.Y seguimos viviendo como si nada, cagándola. Sin tocar. Sin valorar el esfuerzo de una flor en primavera.
Nunca pensamos en extrañar el oxígeno.
Nunca pensamos en la última mirada.
Andamos con los corazones rotos deambulando por las redes sociales
con sonrisas falsas.
Los bancos son leones. Los ricos nunca pierden.
Somos la tropa, el excremento de las yeguas más jodidas del mundo.
El CAT anual, el predial, el regalo forzado, el cumplido pedido, la cena en un lugar que no puedes pagar. Mentir con tu aliento.
No manches, fue lo primero que dijo Mike cuando entró a su departamento que apestaba a humedad y vio a Susana tirada en el sofá con un mierdero alrededor. Pedazos de comida, tres gatos andando en cámara lenta, como si ellos pagaran la renta de esos pocos metros cuadrados. Pastillas regadas en el piso, en la mesa de la sala, en el sofá, en el abdomen marcado de Susana.
¿Cuando se fue todo a la mierda?, pensó Mike, mientras Susana estaba en otro planeta. El refrigerador miniatura sonaba como un trailer viejo subiendo una carretera en la Sierra de Durango.
Mike hablaba con dos latas de cerveza en la mesa de aluminio desnivelada. Le gustaba abrir dos al mismo tiempo e intercalar los tragos. Si Susana no estuviera en ácido le hubiera dicho: Mike eres un pendejo. Y este cabrón, que le cagaba que le dijeran pendejo, le hubiera contestado: Al chile Susana, nadie te ha cogido como yo. Ambos reirían como pendejos, y de alguna manera acercarían sus cuerpos y ahí sí todo cambiaría. De esas cosas raras que tiene el sexo, que la química, que la energía, que la abstinencia, que sí se conocieron en otra vida, que si la chingada, la cosa es que cuando cogían todo tenía sentido, como si cambiarán de locación a un penthouse millonario frente a Central Park. El sexo los hacía millonarios.
Un amanecer en la ventana que no se anima a llegar. Mike se echa unos pedos y se talla la nariz, como si extrañara la coca. Hay instantes que no entiende nada. Aceleradores de partículas. El universo. Las guerras. O una mujer tan bella como Susana con un pendejo como Mike…..
Mike tiene recuerdos que no puede controlar, quizá los inventó. Cosas complicadas como el amor, el sexo, la fidelidad inmerecida…cosas triviales como un café con tu nombre en la etiqueta pendeja, como tener la bolsa del pantalón vacía, y la cartera llena de bouchers. Como que no seas candidato para tener una tarjeta de crédito. Como víctima del capitalismo de Nueva York, o del Socialismo ese que empezó algún día por San Petesburgo…cosas así. Andar respirando como si tu vida dependiera de lo que aparezca en el pinche teléfono, no de la erección de los poros. Como si fuéramos eternos. Cómo si una noche durara solo ocho horas.
Tú buscas el sol, pendejo, y yo soy miles de estrellas. Tus pinches pastillas, Susana. Tus pinches miedos, Mike, Miguel o Mijael, o como putas quieras llamarte hoy. Tus cuentos con conejos que hablan. Ya pendejo. Tómate un litro de agua y lárgate a la mierda. Vamos juntos. Mejor ven, que se rocen nuestras piernas, para que te erectes, me humedezca, se me olvide que eres un pendejo, y acabemos otra vez en el piso cogiendo. Chinga tu madre, Mike. Sí, a huevo, sigue pujando, sigue con la piel de gallina, morra. ¿Morra? Eres un idiota. Sí, el único que te encontró el abecedario. No pares. Ya sé. Cállate. No me voy a callar. No pares. No. Que te calles.
Kato Gutiérrez, © 2024
OPIOIDES MY LOVE

Un día raro. Todo iba en reversa. Esa tarde salía agua negra del grifo. La luna era un triángulo. No encontré mi calzón favorito. El smog golpeaba con furia. El café se enfrió más rápido de lo normal. La ciudad estaba encabronada.
No deberían de existir los noticieros. No podía dejar de pensar eso. No deberían de existir los noticieros. No deberían de existir los noticieros. Como si una anfetamina me hubiera tatuado esa frase en mi cerebro…No podía dejar de repetir esa frase. No deberían de existir los noticieros. No deberían de existir los noticieros. Luego dudé cuantos años tengo, llevo días que se me olvidan cosas, ojalá no sea un tumor.
Jenny estaba por llegar y yo estaba hecho una mierda. Tenía una cruda imposible de creer. Tormenta en mi mente: saldos, pagos, entrevistas de trabajo, mensajes sin contestar, cartas de bancos y abogados, recoger cupones de comida, una guitarra abandonada, el caos del universo metido en mi depa. Mierda por todos lados como si fuera un planeta de ratas.
Un día raro. Dejé de sentir mis dedos de las manos y me entró la duda cómo sería el resto de mi vida si ya no los volvía a sentir. No pude recordar porque Jenny iba a llegar, sólo leía su aviso en un mensaje de texto. No podía recordar si venía a coger, a pedirme dinero, o darme tres madrazos y buscar pastillas o algo de comida en el refrigerador. Pensé que quizá tendría una prueba de embarazo en su mano mientras con coraje gritaría maldiciones, y empecé a preparar excusas, a tratar de recordar condones, cirugías, cosas que me salvaran. Correr. Huir de todo…tomar el tren que me lleve al final de las vías y de ahí bajarme y agarrarme a chingazos con el primer oso que vea. Empinarlo a putazos en el hocico, que se haga el muerto, que mis gritos de ansiedad lo maten de sordera. Que me pida piedad. Chingado.
Me asomé a la calle, los vagones del metro estaban vacíos. Las banquetas llenas de personas que iban vestidos de blanco. Se me antojó mancharlos de sangre o de mostaza del Whataburguer. Caminaban de reversa, con el pecho alzado, erguidos, orgullosos, altaneros, seguros, vendiendo Bitcoins. Peleaban por no pisar la calle vacía, se empujaban con los hombros, pero no levantaban la mirada. Nadie mira ya a lo ojos.
¿Y si Jenny solo quiere venir a coger? ¿Y si por esta cruda de mierda no se me para? ¿Y si digo otro nombre cuando le chupe su hombro? Me trago dos OxyContin de 80 mg. Se me quitan los temblores, el sudor, el miedo, todos los dolores del universo desaparecen. Aparecen los colores, el valor y la música de un saxofón erecto. No siento nada. Es mi paraíso particular.
Tengo que ver abajo para saber si estoy erecto, por si es neta que Jenny solo viene a coger… Miro las paredes, recuerdo a Jenny, me dejo caer en el sillón, voy en cámara lenta, no entiendo porque alguien con ese culo quisiera coger conmigo, al chile. Alguien como Jenny, alguien como yo cagándola-triunfando descomunalmente en este mundo.
Opioides my love. Que la doctora si entregue la receta. Que el dude consiga el frasco. Que el dolor no vuelva. Que no se me hinche nada más que el pito.
Que no me muera al menos hoy. Veo la mierda acumulada en este depa miniatura y no sé cómo llegué a esto. Si estoy en las primeras seis horas después del Oxy pudiera darte una respuesta un poco creíble. La neta, es que sigo sin sentir los dedos de mis manos, pero si tengo una erección y alguien está tocando en mi puerta…La realidad es que me da miedo dar el siguiente paso, ojalá fuera más fácil respirar. Ojalá Taylor Swift…no nada olvídalo.
Kato Gutiérrez, © 2023
Memorias aleatorias de cuando nos besamos en Brooklyn

Estábamos Pete y yo caminando en una banqueta de Brooklyn. No teníamos ningún plan. Solo teníamos dinero y eso nos molestaba. Se lo regalamos a un vato que estaba tirado en una esquina. Fue bien pinche raro porque pensó que lo íbamos a madrear, y yo me sentí sacado de onda porque nunca había hecho eso. Pensé dos segundos en eso, luego no supe que mierdas decir. Ni al vato, ni a Pete, de hecho mi mente se quedo en blanco, un blackout momentáneo.
Un aire frío con odio zumbó en mis uñas, y me acordé de los cobertores que usaba mi abuela, de cómo mi abuelo prendía leña todos los sábados sin saber quien iba a llegar. El fuego atrae a las personas, me dijo. Yo siento fuego en la lengua. Ni el aire me la enfría. Necesito meterla en la boca de una mujer hermosa, de una güera.
Sonó una sirena de una patrulla que pasó a mil millas por hora, Pete me dijo que iban por mí, por andar sin papeles, al chile me vale madre. Ya no sé donde quiero estar. Le contesté que iban por un dealer, él me dijo que de seguro el dealer era mexicano, yo con tono sarcástico le dije que era ruso y se quedó callado.
Con el mejor inglés que pude le decía a Pete que es una mamada que ahora cualquier cosa que publiques a alguien le va a cagar el palo. No encontré una traducción para la última frase, pero el cabrón me entendió, es de Montana, crecer entre el frío y la soledad de ahí lo hicieron fuerte, o pendejo…O a lo mejor de todo se ríe. Dice que nunca ha salido de Estados Unidos y eso me da un chingo de risa. Dice que no sé sabe los países de Europa y eso me recuerda a mi maestra Alma, de cuarto de primaria A (San Juan Bautista de la Salle, ruega por nosotros), que sobre la chingada, bueno, a base de manotazos, nos hizo aprendernos todos los países del mundo con sus capitales, ahora ese conocimiento sólo me sirve para saber que un chingo de esos países están en guerra. No mames, me interrumpe Pete, es la única frase que se sabe en español, pero la dice bien. Y a mí siempre me gusta contestarle ¿No mames, qué, pendejo? Y él ya está cagado de la risa para cuando termino la pregunta…A veces, si ando pedo, le digo mámame esta, aunque se tardó meses en entender esa respuesta.
Entramos a un bar pequeño con música en vivo, aluciné que esa banda sería famosa en unos años, traté de escuchar las rolas, fingir que me estaban llegando, pero no, y pensé que de eso se tratan las carreras de los músicos, ¿no? De ser una mierda en la que nadie cree, a de pronto, una rola después, ser los mas chingones del puto planeta entero, sólo por un acorde diferente, una pisada que dio por error el guitarrista, un tono no esperado del bajista, la línea nueva que escribió el vocalista porque su vieja lo acababa de cortar, o en la audiencia y por error, un ejecutivo con puesto clave en la industria de la música…Y así. Pero hoy estos vatos son una mierda, por más que quiera tratar de captar si es el nacimiento de los nuevos Counting Crows o o alguien como los de The Revivalists, no siento nada, no pasa nada, solo hay ruido.
Al terminar una rola, Pete me preguntó que si sabía jugar béisbol, obvio le dije que sí y que me la pelaba. Obvio que nuca he jugado. Me contó que hay una cuenta en Instagram donde están los videos de las primeras pichadas de celebridades, así lo traduje yo, nadie le atina al catcher. Yo le dije que había otra cuenta con fotos de personas bien pinches raras que iban a Walmart en la madrugada, no mames puro pinche freak. Obvio la abrimos en ese momento y nos cagamos de la risa. Al chile, nos estábamos riendo como pendejos.
No me acuerdo cómo conocí a Pete. No tengo dinero para pagar el whisky caro que me estoy tomando, yo quería una cerveza. Tengo un chingo de frío. No sé cómo regresarme a mi depa. Me da un huevo de curiosidad saber porque llegué a esta ciudad. Hace unas semanas vi un reel que decía que todo pasa por algo, y me cagué de la risa, espero que nadie crea en eso. Estar en Brooklyn hace feliz a Pete, dice que es la ciudad más grande en la que ha estado en su vida. Yo quería estar en una playa. Yo quería meter mi lengua en la traquea de una mujer hermosa. Yo sólo quería ver el sol.
Unos segundos después, o meses, estoy en un sótano de un templo de los Hare Krishna haciendo fila para que me regalen un plato de comida, me sirvieron unas cucharadas de un alimento aguado y por poco me vómito, olía a tela podrida; pensé que en un McDonalds por dos dólares puedo recibir más. Yo que en algún lugar del mundo tengo estacionado un Porsche. Alcanzaba a escuchar cánticos a su dios. Al monje, o no sé si era monje, tampoco si era mujer u hombre, no le entendí el nombre de su dios…me quedé pensando cuántos dioses habrá, cuántos dioses nos inventamos y ahí, ajá, justo en ese preciso pinche y ojete momento apareciste en mi mente.
No podía ubicar hace cuántos meses nos besamos en Brooklyn, pero sí estoy seguro que me gustaría verte y hacerte tantas cosas. Quizá provocar un silencio mientras sentimos el frío. Ver lo delgada que estás y esa cadera ancha.Y en ese silencio quedarme alucinado por cómo se filtran rayos de luz en rincones inesperados de tu cuerpo. Yo me encargo de la verdad, tú de mirarme. Revolvamos los años. Ojalá te viera, me gustaría decirte tantas palabras con mis manos.
No hay motivos para creer en algo. La esperanza se va extinguiendo con los recibos de la renta. El día dura cuatrocientos cuarenta y cuatro años. Mis ojos en blanco, tú belleza ciega. Mi memoria es mi futuro. Hay una canción de estrellas que no sale de mi cráneo. Recuerdo una playa y tu lengua chupándome la oreja.
Kato Gutiérrez, ©2023
Macetas

Iba en una carretera de Nuevo México conduciendo un convertible viejo. Era un momento que durante años había imaginado. A los lados había montañas como películas de Disney. Se me antojó prender un cigarro cuando en el radio viejo sonó una canción de The Cars, no recordé el nombre, pero me sentí bien, como si mis costillas sonrieran, pensé que sería genial que esos músicos supieran el momento que me habían provocado.
Estaba a punto de pensar, por primera vez en mi vida, que estaba viviendo un momento feliz cuando un camión enorme me rebasó, salió de la nada, reventó su claxon, treinta y cuatro coyotes quedaron sordos y a mí me pegó un susto que por poco me cago.
De estar a punto de rozar la felicidad, mientras recuperaba el carril de la angosta carretera vieja, pasé a pensar que me gustaría tener tiempo para ir a comprar macetas una tarde cualquiera. No sé si es porque estaba en medio de un desierto en donde todo era color rojizo o porque de plano soy un puñetas enorme. Me gustaría tener certeza de algo aunque fuera insignificante. Y así, ya te imaginas la mierda que fue llenando mi mente. Yo era el mismo, el auto también, la carretera sacada de la película de Forest Gump, pero ahora mi mente no era mía. No sé si te ha pasado o yo soy el raro.
Quisiera un día en donde el tiempo corriera lento.
Un faje en que cada centímetro durará una hora.
Que el sol se quedara atorado en tus labios.
Que pudiera recordar lo que soñaba a los doce.
Alejarme de quienes hacen promesas a lo pendejo.
Conocer tu risa despreocupada.
Jugar con nuestras piernas en mi montaña, la luna arriba y el fuego a un lado.
Pero no tengo tiempo ni para las macetas. Ni para mí, ni para odiar. Ni para recordar el pasado.
En París hay invasión de piojos, mis oídos tapados por tanta mierda que filtran. Hay guerras sin fin. Hay guerras nuevas. Todos somos unos pendejos.
Sigo sin macetas. A veces no hay agua en mi ciudad, ni en el mundo. A veces estoy deshidratado y una nube me roza.
Truena la llanta del convertible viejo. Giros. Vuelcos. Acabo vivo empapado de tierra roja. El convertible rojo en fuego amarillo a unos metros de mí. El sol se ensaña con mi nuca, hay días así. Hay un cactus que parece que está pintando un dedo. Escucho unos balazos e imagino un ranchero de Arizona disparando a lo pendejo mientras escupe artículos de su constitución y su cuello rojo está a punto de reventar. No siento mis piernas, me arrastro mientras hormigas se meten a mi nariz. Mis macetas no tendrían hormigas. Un correcaminos pasa burlándose de un coyote viejo. No tengo fuerzas para contarle el chiste al animal. No sé si en realidad era un chiste. No puedo hablar, tengo lodo en mi traquea, tierra que una vez fue mexicana, hormigas invadiéndome. Autos pasan mientras los pasajeros ríen escuchando algo country. Mis costillas que hace unos segundos reían ahora me destruyen los pulmones. Pensé que nunca me había parado de manos. Me prometí que nunca iba a dejar de respirar.
Kato Gutiérrez, © 2023
AEROPUERTO 72. TERMINAL 50

Ninguno de los dos debía de estar ahí en ese momento, en ese lugar, en ese aeropuerto.
El vuelo de él llevaba seis horas de retraso. Ella estaba en la terminal equivocada. A veces la vida es un enjambre.
Toda la ropa de ella de color negro, de seguro para que contrastara con lo blanco de su piel y las toneladas de zafiros que se le habían metido a sus ojos. Tacones altos con un traje sastre y un perfume que tenía saliva de ángeles. Ella camina con la prisa de quien sabe que el éxito está en la siguiente puerta. La mirada hacia el frente clavada en la nada, como si no existiera otro ser vivo en el planeta.
Él está parado en medio del pasillo, distraído, para variar diría su padre, frente a la terminal cincuenta viendo por quincuagésima vez con la boca abierta el anuncio en la pantalla que decía “Vuelo retrasado”.
Ella sale de la nada, como las diosas, como los regalos, como el sol. Él apenas y puede girar su cuello y colgar sus ojos en aquella frente blanca, la más hermosa del mundo. Él que es corto de palabras no comprende porque su boca está emitiendo unos sonidos y le dice:
– Mataría por ti.
Francés, de seguro me va a contestar en francés. ¿Por qué no hay palabras que signifiquen lo mismo en todos los idiomas? En ese momento, en las bocinas del pasillo que está infestado por seres humanos suena Claire de Lune de Claude Debussy. Con esas notas perfectas del piano y del violín empieza a caer lluvia color rosa, los ventanales de la terminal se llenan de humedad. T o d o s S e M u e v e n En C á m a r a L e n t a. Todos. Todo. Todo menos las células de él, de quien aún no sabemos su nombre. Contra todo pronóstico, debido a la belleza de ella, y los extraños juicios que hace la humanidad en la actualidad, ante todo lo improbable, ella se detiene y lo mira. Ajá, así de loco. Una mujer como ella, detiene su andar, gira su cabeza para voltear a ver a alguien como él:
– No me gusta la violencia.
En silencio, digamos en esos diálogos mentales que tenemos, él no para de decirse que ha sido un pendejo enorme. Pendejo. Pendejo. Pendejo. Sin embargo, tiene una sonrisa escondida atrás de su mandíbula porque desconoce de donde mierdas obtuvo coraje para hablarle a alguien como ella, a quien que parecía no caminar, sino, flotar. La diosa de los miles de zafiros en los ojos. Hablarle a alguien que era tan improbable que apareciera en su vida, alguien tan imposiblemente hermosa, quizá es algo de la poca magia que sucede en los aeropuertos. Ella que deja estela de seres humanos devastados admirándola.
– Moriría por ti.
– ¿Qué tienes tú con la muerte? ¿Esa esa tu mejor línea para llamar mi atención?
Ella da otro paso, se aleja un poco más y la oscuridad va llenando el espacio.
– No sé ¿En serio? Que necio entonces.
Ella sonríe mientras gira sus manos apuntando sus palmas al cielo, atrayendo relámpagos azules. Y es ahí mismo cuando él, por más pendejo que está, por más solitaria que sea su vida, ahí es cuando capta que tiene un mínima posibilidad de extender la conversación. Porque por más tímido que es, sabe que cuando una mujer sonríe, miles de estrellas explotan. Tan ínfima la posibilidad como encontrar un grano de arena azul en el desierto más mierda que te puedas imaginar. Una sílaba más que le saque de esa boca recta, precisa. Una mirada que le robe. Algo, maldita sea, algo que salga de ese cuerpo inmaculado. Aunque sea unas gotas de saliva.
En un congestionamiento de dudas e incertidumbre da un paso corto, o quizá ella se detiene sorprendida. Se acercan, él se enamora al instante, ahí mismo, claro que sí, sí hay amores así.
– ¿Entonces no sabes qué decir? Tienes un segundo para decir algo
El estático. Mudo. Hecho un puñetas enorme.
Suena Hey now de Romare, vaya que hay buena música en esa terminal.
Ella tiene que tomar un vuelo largo a Estocolmo porque va a recibir el Premio Nobel de Química por la construcción de un complejo modelo molecular que ayudará a la industria farmacéutica a encontrar diversas maneras de prevenir enfermedades relacionadas con la perdida de la memoria.
Él va a tomar dos vuelos más, el último lo dejará un pueblo ojete del sur del país donde su viejo esta muriendo y a quien tiene años de no ver, porque a veces el rencor provoca demencia.
Ella viene del hotel más lujoso del centro de la ciudad donde pasó los últimos cinco días dando ruedas de prensa en el piso tres, y luego subiendo en elevador hasta el penthouse del piso cuarenta y cuatro en donde pasaba las horas sola repasando su tesis, como si aún no hubiera ganado el premio, como si la humanidad dependiera de su descubrimiento. En esa suite presidencial no podía dormir, hay proyectos que roban el sueño para siempre, sentía lumbre en sus venas, pero estaba sola. Solo charlaba con los empleados de limpieza, que resulta que dos eran hispanos, mexicanos para ser más precisos, y una mujer joven de Zambia, que llegaban a la suite por la mañana y por la noche, y por el mesero, del cual nunca supimos de donde era porque nunca emitió ningún sonido, solo le llevaba al medio día una ensalada caprese, con la vinagreta a un lado, y por las noches una ensalada de betabel con espinacas, naranja y miel orgánica.
Él viene del suburbio sur de la metrópoli, donde caminar siempre es peligroso, donde no llegan los taxis. Donde el sol pega más inclinado, con más rencor. Ahí tiene un trabajo que no recuerda el día en que lo aceptó, a veces la vida se ensaña. Viene de ese lugar en el que los días le pasan sobre el lomo y ni si quiera se entera. No cuenta los pocos billetes que le llegan a sus manos porque rápido desaparecen. Digamos que viene de donde le había tocado estar. Ahí donde la vida se lo comió todo. Ya trae cuatro décadas en sus piernas y no tiene idea que hace en este mundo.
Ella sigue alejándose con pasos lentos, está cansada de este tipo de interacciones necias y groseras, aunque hoy este hombre no ha dicho mucho. Repentinamente se detiene, lo mira a los ojos y encuentra algo diferente en la mirada triste de él, quizá por eso sigue ahí cerca…aunque sea por unos segundos.
Suena un anuncio grabado sobre la seguridad del aeropuerto que interrumpe la música de pianos, violines y saxofones que sepa la chingada porque sonaban en una terminal como esa. El ruido molesto de una campana electrónica, o más bien como un despertador le recuerda al hombre los pocos segundos que le quedan de la vida de ella.
Sabiendo que todo sería como siempre, o sea de la mierda, o sea volver a su pequeño cuarto a la soledad de esa puta ciudad, volver a las deudas, al piso con polvo eterno, a las sopas instantáneas, se dejó llevar.
– ¿Qué harás cuando te mueras?
– ¿Estás obsesionado con la muerte?
– ¿Tú con esta vida?
– ¿Qué harás cuando te mueras?
– No sé.
– Ves, ahora tú eres la que no sabes.
Ella ríe con desdén y hace un gesto con sus manos expresando menosprecio.
– Yo te cuidaré.
– No necesito que nadie me cuide.
Ella pierde interés, se aleja un paso más.
– No hay nadie que nunca haya amado
Pum. Explosiones de silencio. Ella ancla sus tacones y abre más sus ojos. Chista con la boca con algo de sorpresa, ladea un poco su cabeza hacia la derecha y lo mira de la punta de los cabellos hasta los zapatos, suspira un poco sin darse cuenta, pero él si lo notó porque la soledad te hace experto en detectar cosas nuevas.
– ¿Crees en los milagros?
– No, soy científica
– ¿Y qué llevemos hablando más de diez segundos entonces qué es?
Otra sonrisa robada.
Ella recuerda cuando su abuelo le enseñó a prender fuego tallando dos pequeñas ramas. Ahora resulta que este desconocido sonríe como su abuelo. Sacude un poco la cabeza para no sentir nada y tratar de ordenar las ideas.
– Traes los zapatos sucios
– Tienes la frente más hermosa del mundo
– ¿Qué dices?
Otra sonrisa robada, ahora acompañada de una expresión de sorpresa que deja descubierta su lengua color rosa claro, y se alcanzan a ver unos dientes que lanzan rayos de luz. Ella trae un perfume que va destruyendo moléculas de oxígeno. El tiene más de quince años de no usar ninguna loción.
Un silencio incómodo. Dos silencios incómodos. Tres silenc…pero no dejan de sonreír y mirarse directo a lo ojos. Él no sabe que hacer. Duda en si pedirle su número de teléfono, su perfil de Instagram o su nombre.
Ella por primera vez en décadas no está pensando en nada, se perdió en los desiertos de los ojos color miel de él, por milésimas de segundos, pero está perdida, estática. Él también está perdido, pero sí sabe porque.
– ¿A todas les dices lo mismo?
– ¿A todos lo miras así?
Otro silencio incómodo. Segundos callados. Otra sonrisa que se roban. Él no puede creer que le esté sucediendo esto, pero a fin de cuentas nunca pasa nada hasta que pasa. Cientos de personas con prisa y sin vida caminan al lado de ellos. Algunos observan de reojo lo raro que está pasando ahí: Una mujer como ella hablando con alguien como él.
Los dos dicen algo al mismo tiempo, las palabras se empalman, y no entienden nada. Él ríe con nervios, el caos de la realidad se le apareció como tren bala. Traga saliva. Se le sube el corazón a la lengua. Dicen algo otra vez ambos al miso tiempo, no sé entienden nada, de plano ella mejor sonríe y se aleja, menea su mano diciendo adiós pero no lo deja de mirar, él apenas puede respirar…Quizá fue toda la tristeza del universo que ella vio que se le estaba metiendo al pobre hombre, pero para sorpresa de todos, ella gira y se regresa. El hombre sabe que es su última oportunidad y agarrando valor de hasta de abajo de sus uñas apenas murmura:
– Si me miras bien no somos desconocidos
Ella sonríe con los ojos, le dice algo al oído, se da la media vuelta y se va.
Kato Gutiérrez, ©2023
Noventa y tres días para morir (Una pecera mentirosa)

Noventa y tres días para morir.
No me importa el color de tu cabello, ni si usas desodorante, yo huelo tu ovulación.
La onda no es a gritos, es a susurros, a besos, a miradas, a manos heridas dibujando.
La onda es sin prisa.
Cuatro punto cinco millones de pesos. Doce puntos en el Down Jones.
Una estrofa de Fito.
Noventa y tres días para morir. Un taco al estilo Baja, con camarón empanizado.
Fabi, vení.
Los perros ladran. Los pájaros no vuelan sobre el mar.
No sé.
Un lienzo manchado con tus deseos.
Mis ojos me los perdieron unos hongos.
Que el hubiera fuera el presente.
Que los alemanes hicieran autos baratos.
El aire a veces mata. Los salmones brincan en ríos secos con mierda en las piedras.
Tragamos mierda. Del baño a tu vaso. Bienvenido a Tulum.
Baños de hielo. Baños de orina dorada. Cuartos saunas. Agua caliente.
¿Cómo se llamaba el primer humano que prendió fuego? Lo hubiera patentado.
Te robaron los condones. Nunca fue el Valet. Nunca estamos tan pedos. Nunca somos tan felices.
El estómago vacío. Las bolsas del pantalón roto. Nadie cree en nada. Nadie cree en mí.
Esos ricos que solo tienen dinero y el ego atorado en su traquea.
Esos pendejos que el día primero de enero hacen fila en la madrugada para pagar sus impuestos.
Olvidar el arte de fornicar en el piso sin joderte las rodillas.
Escribir en el aire un poema. Dibujar un dragón en el antebrazo.
No saber que eres un pendejo. No saber que la tormenta eres tú.
Cuarenta mujeres por día destinadas al piso catorce. A embarrar sus pechos a la plancha vertical fría que se traga esperanzas.
Siempre quiero comerme tu boca.
¿Qué le iba a decir cuando me preguntó si era feliz mientras se ataba su cabello en un chongo, irreverente, descompuesto y sensual?
¿Dónde acaban los cantantes aburridos? ¿A todos les acaban poniendo su nombre a una calle jodida de su ciudad natal?
Noventa y tres segundos para morir. Cuéntalos…..
Quiero tener una pecera enorme, ostentosa, que cueste una fortuna, pero que no habite ahí ningún pez, molusco, ni nada y así sentir que salvo algunas especies marinas y de pasada me sirve como un espejo hiperrealista y mamón, y que mientras esté ahí parado, piense en los pendejos que contaminan el mar, en los que van al fondo del océano, en los que cazan ballenas, en los que viajan al espacio, en los puñetas que quieren colonizar la luna. Habría muchos pendejos en quien pensar, me faltaría vida, pero me ayudaría a no pensar en mis cagadas o en las cagadas que me han hecho. Mejor pensar en cagadas colectivas o ajenas. La viga en mi ojo no existe. Nada existe en mí. Estoy hueco, pero lleno de soles.
Pienso en las personas que hacen los supositorios y me pregunto cuántas veces al día se les antoja rascarse el ano o meterse los dedos a la nariz.
Tener una pecera mentirosa, que me genere ilusiones, que imagine prismas, que me engañe, que invente mundos. Noventa y tres días para morir. Implosiones de almas, miles por día. Playa Girón y yo en los ochenta pretendiendo que le entendía a la letra de esa canción. Eso era antes, cuando los veranos no eran tan calientes y los otoños eran otoños. Cuando Fito sufría. Cuando era un ingenuo, cuando yo era un chaval.
Un reseteo de todo. Búscame lo que quieras aquí lo encontrarás, tengo poderes. Tengo el saldo de indulgencias plenarias a mi favor, traigo el fuego transparente atrás de mí, adentro.
Que loco. Que cagado. Hasta que gane. Ahí me mirarán y dirán que es suerte; ahí me miras bien y lloras, chillas pero con madre.
Que la pecera tenga filtros como lo de la Nasa, que tenga marea, que me provoque nostalgia. ¿Te cuento un cuento? ¿El tiempo en un bar es real?
Se me antoja decirte cosas raras, algo que nadie te haya dicho.
Recuerdo un amigo que decía que nuestra amistad duraría toda la vida, pero eso no existe. Ni el amor, ni los amigos eternos, mucho menos los mejores amigos. Hay demonios y ángeles, unos buenos, otros locos y viceversa.
Un acercamiento a tu clavícula.
Aguántame doce segundos la mirada. Pierdes por mil. Nunca cambies, no vales madre.
Que el tiempo me la pelara.
Que ganara con el fuego.
Que sí te coma la boca.
Que nunca olvide el dolor.
Que siempre no recuerde nada.
Pasado pisado, presente de frente… futuro en tu boca.
Un Bitter para los lunes en la mañana, para superar la mierda de tus mentiras.
Siempre sobreviviré hasta que muera; entonces siempre gano. Siempre es hoy.
Nadie nunca cambia.
Ni siquiera aceptaría en la pecera a una sirena que hablara sueco y tuviera piernas.
Shakira en mis sueños, en mi cama, dándome un premio, tú aguanta, tú cree.
¿Quien te crees que sos?
No vendas espejos. No hables. ¿Por qué? Porque lo digo yo. Porque ya encontré donde nace el arcoíris. Ya sé cuando se va a secar el mar. Yo sé cuando cargaré onzas doradas. Yo sé. Yo creo. Porque sí. Porque soy yo.
¿Pero por que?
Nada.
Dilo.
No.
Que la mierda.
Sí, mierda desde el fondo del mar hasta los montes de la luna.
Que vuelen romeros incendiados.
No tengo nada que perder, no es cierto, tengo tres soles metidos en mis células.
Me dan oxígeno. Me dan todo.
93,92,91……..¡Pum!
Kato Gutiérrez, © 2023
Juguemos a algo

Quiero una suave revolcada.
Una suave enredada de piernas entre sábanas.
Que sin querer me jales el cabello para sentir un placer extraño
Que en ocasiones las risas cubran la música de Fito, pero que podamos llorar.
Que se nos abra la boca, las piernas y el corazón. Que nos digamos todo.
Porque no siempre vienes y no siempre estoy. Y cuando estoy no estás. Y cuando estás me fui. Porque el destino es un payaso.
Que juguemos a algo. Quizá al silencio. O a contar mis lunares. O hacer constelaciones con tus pecas. O a que me pintas dibujos en mi antebrazo, o en mis manos aunque duelan. Aunque no me quieras lastimar. Aunque tengamos miedo. Tú entierra el plumón, la aguja. Píntame unas líneas para psicoanalizarte. Aunque ya te conozco, con solo ver la forma en la que tomas el teléfono sé a quien le estás escribiendo. Con ver en la manera en que abres la boca al iniciar una frase ya sé si es es un reclamo, un poema, o la petición de que vaya al mercado a comprar masa para pan y vino.
Juguemos a embarrarnos con la lengua sal en grano en nuestras espaldas, algo así. Un juego que no exista. No tiene que ser sexual o quizá sí. Ya sé que todo acaba, me dijiste, escucha aquella canción de Calamaro, completaste. Y yo no estaba pensando en eso. Yo miraba cómo tenías pintadas las uñas de los pies, un color rojo mate que hacía que no las pudiera dejar de ver, ni siquiera tu tobillo lograba distraer mi mirada. Un rojo mate inmaculado. Y se nos pasaron los meses o los años, o los segundos, aún no le entiendo. Se nos atravesó un mar.
Juguemos a querernos suave con los ojos abiertos, mirándonos. El que parpadee pierde, no eso ya está muy trillado. El que bostece elige el beso. El que acierte el número de olas en los siguientes diez minutos. El que prediga la hora exacta cuando al sol se lo trague el mar. El que con su dedo meñique le provoque una exhalación de placer al otro. No sé si quiero perder o ganar. Una vez me dijiste que conmigo todo era raro y yo me sentí orgulloso, pero a ti no te pareció divertido. En verdad lo pensabas y yo también. Y discutimos, pero como quiera cuando te abrazaba mi mano quedaba perfecto en el surco de tu espalda baja, como si tu columna la hubieran hecho para mi mano, o al revés. Y se sentía caliente, decías. Imaginaba que sería ponerte el sol en ese surco, aunque luego decías que te dolía, el sol siempre quema. No todo lo que duele es malo. Nacer duele y a veces morir es placentero.
Juguemos a desaparecer el tiempo, los mapas. Juguemos a hoy. O que siempre es domingo a las siete de la tarde y nuestras manos son libres. Que nuestra mente controla los mapas de Google. Que en España nos conocemos en una ciudad con playa, sobre una banqueta te paro simulando estar perdido con tal de sacarte platica. Que luego, esa misma noche, dormimos en una carpa frente al mar en una playa del Caribe Mexicano. A que te conviertes en gitana y con una falda larga de seda multicolor bailas al lado de la fogata mientras la marea canta los coros. Imagina que cantas bien, no te rías, no reclames, déjame seguir escribiendo.
Juguemos a no preguntar. A que le tomamos fotos a animales salvajes y tu descubres un gorila en Las Vegas y me invitas a cenar frente a un lago artificial en donde simulan un pueblo de Italia y la gente queda idiotizada por unos chorros de agua que bailan al ritmo de canciones mediocres de pop americano, mientras yo me humedezco por ver tus ojos verdes como las hojas de un encino. Estos ojos de una desconocida a quien estoy conociendo….de nuevo….porque nunca dejamos de renacer. Porque morimos cada noche. Porque siempre volvemos a donde tuvimos un orgasmo.
Juguemos a que podemos tocar cualquier instrumento, yo elijo el piano, tu sonríes complaciente porque ya sabías lo que iba a elegir. Y acertaste, y con ese murmullo sensual tarareaste la canción de esa banda de rock de los setenta, la que conocí al vocalista en su concierto y me mandó unas cervezas entre una canción y otra, y tu me creíste esa historia. Tú siempre me crees. Me gusta como tuerces la boca cuando te gusta alguna línea que te escribo y que por fin no suena a cliché.
Juguemos a que escuchas todas mis playlist y yo leo todos tus escritos. Juguemos a vivir un poco, a creer que el fuego va a llegar. Juguemos con las lenguas, ya a la chingada. Nos podemos morir cualquier martes de insomnio.
Juguemos a que la montaña nunca termina, a que siempre nos encontramos. A que la poesía se nos sale sin querer. A que admitimos que si morimos esta vida ganará.
Me caes bien.
Kato Gutiérrez, © 2023



